Imperdible entrevista con Diego Nicolaievsky


Diego Nicolaievsky tiene 23 años y hace seis meses hizo aliá desde Argentina para continuar con su carrera como futbolista. Piedra Libre se acercó hasta los entrenamientos de Maccabi Herzliya, equipo en el que juega llevando la diez en la espalda, para ver cómo es la vida de la joven promesa. 

El sol que brilla intensamente sobre el pasto recién cortado, el silencio reinante que solo es interrumpido por los cantos de los pájaros, todo es pura calma un lunes al mediodía en el Estadio Municipal de Herzliya. Con la remera todavía transpirada por la práctica que terminó hace apenas unos minutos, Diego se sienta en el medio de la cancha, deja a un costado los botines embarrados, mira de lejos a su padre, que está visitándolo por unos días y vino a verlo practicar, y con una sonrisa en la que se puede advertir el cansancio y la satisfacción propios de un buen entrenamiento, comienza a relatar cómo llegó a ser titular en un equipo de fútbol israelí.

Nacido en Buenos Aires en 1993, Diego cuenta que si bien hizo futbol desde chico en el club Sosiego y siempre tuvo la fantasía de jugar profesionalmente, fue recién cuando estaba en su último año de secundaria y le surgió la posibilidad de probarse para Gimnasia y Esgrima de La Plata que empezó a imaginarse un futuro ligado a la pelota. Entre nostálgico y divertido, recuerda lo rápido que cambió su vida: “Esto fue de un día para el otro, no estaba por ahí tan preparado, pero creo que eso fue mejor. Yo hasta ese momento jugaba los fines de semana en el country. Fui a Gimnasia, me fue muy bien en la primera prueba, el técnico me preguntó si estudiaba, cómo era mi vida y si podía seguir yendo por lo menos hasta fin de año.”

Mirando hacia el pasado, Diego describe cómo, a partir de ese momento, debió enfrentarse a numerosos desafíos, entre los que destaca haber tenido que levantarse a las cinco de la mañana todos los días para viajar- primero en auto con su papá y luego en micro solo- desde Buenos Aires hasta La Plata, haber estado en período de prueba más tiempo del esperado y haber sufrido una lesión en la rodilla poco antes de que se cierre el libro de fichaje. Sin embargo, con seguridad admite que todos esos sacrificios valieron la pena porque le hicieron darse cuenta que quería dedicar su vida a jugar al fútbol. Con el tiempo, el esfuerzo rindió frutos y las oportunidades comenzaron a llegar: la firma del contrato para estar en el equipo de reserva, el poder reemplazar a un jugador que se había lesionado en algunos partidos amistosos, el ser llamado para entrenar con la primera y, finalmente, la chance de entrar unos minutos a la cancha en un partido de la Copa Sudamericana contra Estudiantes, el clásico rival.

Respecto a cómo nació la idea de venir a jugar a Israel, Diego explica que, luego de jugar a préstamo seis meses para el club Almagro y volver a Gimnasia y Esgrima, empezaron a surgirle ganas de irse a algún país en el cual poder cambiar de aire y continuar su carrera desde otro lugar. Por eso, cuando lo contactó Pato Sayag, el entonces nuevo entrenador de Maccabi Herzliya, enseguida supo que Herzliya era el destino indicado: “Fue una decisión rápida, busqué la ciudad, me pareció increíble, y ahí realmente empecé a pensar que tenía ganas de venir”. Aunque Diego reconoce que a veces pueden resultar difíciles los 14.000 kilómetros de distancia que lo separan de su familia, amigos y novia, lo cierto es que Israel es un país en el que se sintió cómodo desde el primer momento: “La realidad es que me vine a un lugar que para todos nosotros es como una segunda casa. Yo llegué acá y no sentí que me tuve que adaptar, todos me recibieron muy bien. Sobre todo Judy y Lalo, que son como unos tíos para mí y me abrieron las puertas desde el primer momento”.

Vía Piedra Libre

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